18/3/11

Si, gracias


Solo respondimos que sí, que gracias. El trato era tan cordial. Además el hambre. Desde temprano no comíamos, pensando en la cena. Entonces, cuando la boca perfectamente maquillada de la recepcionista nos invitó a pasar, cada una, a mesas distintas, dijimos que sí, que gracias. Claro que llegamos juntas. Y queríamos charlar, contarnos las últimas novedades, ponernos al día, pero teníamos hambre.

Me dije mentalmente que la recepcionista debía ser una mujer verdaderamente intuitiva; me asignó una mesa al lado de la ventana, como a mí me gusta, y a Verónica en el centro del salón. Todo sin preguntar. Chau, Laura, me dijo Verónica. Nos vemos después del postre, respondí. Y en seguida imaginé un menú repleto de delicias. Así empezó todo, el viernes a la noche.

Un hombre acercó mi silla a la mesa, mientras otro me colocaba un enorme babero. Un tercero trajo tostadas tibias, queso, jerez. En otra fuente, maníes y pasas de uva. A la izquierda, patés, aceitunas, tomates secos. Y después, apenas pensé en la sed, y una niña con delantales trajo jarras heladas, copas enormes. Probé un poco de cada cosa, y me acordé de Verónica. Estiré el cuello, entorné los ojos para ver en la oscuridad, apenas vejada por las velas, y descubrí que no había nadie alrededor. La mesa más próxima estaba, por los menos, a unos treinta metros. No recordaba haber caminado tanto. Me urgió saber la hora, volví a pensar en Verónica, e instantáneamente parte de la oscuridad se volvió mozo. Un mozo amable que me dijo “es temprano, señorita, aquí tiene, pasta y mariscos; el vino, permítame su copa, fue añejado en roble, pruebe”. Respondí que sí, que gracias. Y entre bocado y bocado solo pude articular dos reflexiones: primero, que el servicio era excelente, todos allí parecían leer mis pensamientos; y segundo, que el mozo nunca movió sus labios para hablar.

Me desperté avergonzada. Entre los platos distinguí los restos de un postre de chocolate y canela, al lado, frutas y caramelo. Venía, desde otro salón, olor a pan caliente. Era de día y llegó una morena con brazos fuertes. “Por aquí, señorita, el desayuno está casi listo”. Sentí las piernas entumecidas y al instante la morena ayudó a ponerme de pie. Como si el aroma fuera un trazo visible, me llevó hasta el pan recién horneado, el café. “Con leche, ¿verdad?” Y yo le dije que sí, que gracias. Antes del primer sorbo, intenté decirle que yo había venido con alguien, que por favor... Y me sonrió rápidamente. Tan rápido como introdujo en mi boca una masita de manteca. Pensé en mis muelas y en que debo dejar de pensar. Todo lo adivinan.

La segunda noche me sentaron en el ala derecha. Yo era una boca, una lengua, una garganta. A lo sumo, un cuerpo adormilado. Esquivando los pensamientos adivinables llegué a una conclusión: no había, en realidad, motivos de queja. Todo era exquisito y oportuno. Ya no había nada que desear.

Luego de una semana aquí ya no necesitaba caminar. La morena o el mozo amable me trasladaban a una u otra mesa en una silla convenientemente mullida, con ruedas. Un orificio en la sentadera me permite orinar y defecar sin esfuerzos. Me higienizaban, aunque no sabía cómo ni cuándo. El respaldo, perfectamente reclinable, evitaba el entumecimiento por dormir sentada. A veces, la niña de los delantales o la recepcionista -y su boca- me sonreían. Ya había abandonado el hábito de pensar. Eventualmente, solo eventualmente, me angustiaba la idea de salir de aquí, porque ya había logrado olvidar todo, porque ahora solo deseaba aquello que me daban. A veces dudaba del orden cronológico de mi necesidad. A veces, solo a veces, me parecía desear el alimento después de empezar a devorarlo. Igualmente, saciado el hambre, acababa la duda.

En el almuerzo sirvieron carne, estaba ligeramente dulzona. Cuando encontré el anillo en el plato entendí la razón: Verónica era terriblemente golosa. En ese instante, vino la morena. Traía sal. Le dije que sí, que gracias.
* * *

11 comentarios:

  1. ¡Es buenísimo! Va creando la tensión necesaria y el remate (doble, creo yo) llega en el momento apropiado. Encierra, además, una crítica al consumo desmedido (¿al consumismo?)en su carácter alienante. Además, un lujo la construcción de la "verba" literaria. ¿Qué más se puede pedir?

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  2. María Esther! Me halaga que hayas develado la alegoria al consumismo. Justamente de eso quise hablar. Igualmente, confesaré, más me halagan tus palabras. Un millón de gracias por pasar y comentar y ser tan cálida. Un beso, con verdadero cariño.

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  3. que buen trabajo Pamela! gracias por compartirlo

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  4. Gracias a vos, Vale! Por pasar, por tus lindas palabas. Gracias y un beso!

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  5. Siempre es un gusto enredarme en sus metáforas. Abrazo.

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  6. Me encantó! Siento que soy Laura mas veces de las convenientes...
    Besos
    (Bea)

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  7. Mara!!! Qué lindo que hayas pasado! Espero verte más seguido.

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  8. Leo! Siempre tan cálido, tan generoso. El gusto es mío, y es el gusto porque me leas. Gracias! Abrazo.

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  9. Bea querida, te confesaré: todos somos Laura más veces de las convenientes. El problema es no darnos cuenta. Gracias por leer, muchacha! Un beso!

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