29/3/10

Noche Turca

La diafanidad se había vuelto un concepto obsoleto. Esa mañana, la bóveda mostraba su cara más cínica, y el cielo se antojó viscoso y trocó lugar con el lodo. Los charcos espesos latían impunes en el plano blanco que cedía sin remedio, crecieron como una peste, con una belleza implacable, con la precisión de los métodos infalibles. Toda la luz fue tragada con una voracidad cursi, dúctil, pueril. No era necesario perder el cielo así, sin embargo todo fue manchado sin respetar el hogar de los credos.
Los pájaros confundían las migas de pan con promesas de luz, los girasoles se marchitaron, y los niños perdieron el miedo a la oscuridad. Los colores abandonaron su cerrada reyerta de antaño y la voz triunfó sobre los gestos.
La opacidad era tan pétrea que el suelo que nos hermanaba pareció diluirse en el agua que nos calmaba la sed. Por primera vez la tierra era clara.
Asistíamos, finalmente, al revés, al viceversa, al trueque.
Hicimos trato con los dioses, y todos pagaron un precio razonable por habitar esta porción del mundo. Exigimos fe, que es creer sin ver, y garantizamos anonimato.
Todos supimos en ese instante que debíamos observar, cada uno con la distancia que el coraje permitiera, pero todos sin lucha. Ese día decidimos amarnos, porque la historia apremiaba, y sentir era suficiente. Desprovistos de la mentira de mirarnos, nos embargamos en otras mentiras, pero más resbaladizas. Resultaron importantes las palabras y los aromas. La música y el café me embriagaron. Me abandoné a la exploración cruda, manifiesta y sin retorno. Enfaticé el poder de tus manos y las mías, caminé a ciegas y recordé el color de un jirón de tela.
Y solo así pudimos encontrarnos, verter al unísono; en el milagro más decoroso, en el apocalipsis no augurado. Y aunque el valor nos permitió en demasía, solo podíamos escoger el lugar. El terruño donde el reloj demorara el paso, hasta cesar agobiado. El lecho incómodo, inconciente, inútil que nos arrope a desgano. Te pedí que cantaras grave, para imaginar que llegaba el alba. Dibujaste una cruz en mi pecho. El agua hizo el resto.

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