3/6/14

El lenguaje de lo indecible - Revista Ñ

En la Revista Ñ, de Diario Clarín, me invitaron a participar de la sección Algo para recordar. Así que les conté cómo y cuándo empecé a escribir en serio. Pasen y lean.



El texto completo dice así:

"Yo le cuento que empecé a escribir en serio en mi maternidad y casi puedo verle la cara, la sonrisa, la ternura imaginando la comunión madre e hija, el idilio del amamantamiento, el impulso pseudo “penelopeano” e irrefrenable de tejer escarpines. Bueno, ahora haga lo siguiente: quite todo viso romántico al asunto, desarticule esa placidez que imagina en mi rostro, llámese a la realidad. Piense en una mujer signada por la falta de sueño y la obligación alimentaria, es decir, la progresiva mutación de ser humano a envase lácteo. Muy bien, ahora visualice pañales, cientos de pañales. Al lado hay un paquete plástico y del centro del objeto asoman paños húmedos, concatenados. Sale uno, asoma otro. Sale uno, asoma otro. Por cada pañal dos, tres, cuatro toallitas. Por cada día, cinco, seis, siete pañales. Y cuatro o cinco baberos. Y duchas de tres minutos. Y horarios razonables y ordenados. Disciplina. Y visitas periódicas al médico. ¿Ya lo vio? Bueno, ahora piense en la conclusión absoluta de la individualidad. Perenne. Para toda la vida. ¿Ya siente la claustrofobia? Muy bien, ahora imagine el amor más abrasivo jamás sentido. Mézclelo enérgicamente. Claustrofobia y amor abrasivo. Y agréguele pasión basal y asfixia. ¿Ve la contradicción? Por eso, cuando yo le cuento que empecé a escribir en serio en mi maternidad, tenga a bien no imaginarme en la serenidad del post parto. Piense, en cambio, en la brutal necesidad de decir, de explorar la desesperación, la plenitud, el ahogo, la maravilla llevada a cabo, la perfección de la obra, la desapropiación del cuerpo, la carrera contra la muerte. Porque ese fue el escenario prodigioso y caótico en que los papeles se multiplicaron, en esa imperiosa necesidad de lenguaje para decir lo indecible. Indecible por falto de consenso y por imposible de explicar. Por eso, cuando los párrafos crecían y aparecían versos, ocurría el milagro de la risa frente a la pantalla, el llanto frente a la pantalla. Ocurrían otros milagros, parir todos los días, hablar de mi infancia, de los monstruos, ficcionar los entuertos y la emoción y poner otras Pamelas y otras Amparos en los caracteres que se reproducían y me aliviaban la tarea de haber abandonado mi unicidad. Por eso, cuando le cuento que empecé a escribir en serio en mi maternidad, imagíneme despeinada durante días, en un camisón vergonzante y con el teclado con la lengua afuera. Imagíneme, entre párrafo y párrafo, esterilizando la mamadera, ahora sí, con una sonrisa cómplice. Porque Amparo me crecía en el pecho y las historias me crecían en los dedos. Titilaban en el monitor los personajes, los mundos, las otras mujeres que parían y otros hombres y otros hijos y otras ciudades donde el lenguaje no les era tirano. Titilaba la escritora entre lo abogada y lo madre. Brotaban las historias y las preguntas y esta pulsión primaria, de creación en todos los sentidos. Esta comunión madre e hija, esta comunión mujer y escritora. Imagíneme feliz, contradictoriamente feliz."

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