16/8/11

A pelo


Etel siempre iba en la Lucy. Yo iba con Jeremías en la Estela, que iba adelante y abría el yuyal, además se paraba en seco si aparecía una víbora. Yo iba con Jeremías porque era la más chica, además Etel siempre quería ir sola. Yo ya sabía montar bien, pero igual cerraba el pico cuando papá me decía “usté vaya con su hermano mayor”. Siempre se le hacía caso a papá, pero después que mamá murió los tres andábamos más calladitos, menos rezongones. Etel limpiaba y cocinaba y Jeremías ayudaba en el tambo, pero los guardapolvos los lavaba y planchaba Madrina, porque a la escuela se va como la gente, decía papá. Madrina vivía en la parte de atrás de la casa con Lisandro, que tenía un año más que yo. Ella había quedado viuda porque mi tío Luis se cayó del caballo y ahí no más estiró la pata.

Lisandro no iba a la escuela, Madrina decía que era al cuete. Pero Etel y yo todas las mañanas íbamos a caballo, ella en la Lucy, yo en la Estela. Jeremías me dejaba a la mañana y a la tarde me iba a buscar Lisandro.

Me gustaba volver con Lisandro. Me peleaba, pero era chistoso. Me decía, ¿y?, ¿cuántas ganzadas aprendiste hoy? Yo le decía que siga riéndose no más, que yo iba a ser más inteligente que él toda la vida. Y él me contestaba, qué me importa, yo tengo pito, tonta. Y se agarraba entre las piernas. Yo me reía y sabía que me ponía roja. Lo empujaba, me le subía encima para tirarle del pelo y siempre se me zafaba; era rápido como una saeta.

Después de dejarme en la casa, Lisandro dejaba el apero en el establo y montaba a pelo hasta el tambo. Yo lo miraba irse, y me dolía la panza.

Cuando pasó la inundación Etel se enfermó y se perdieron animales. Un par de días falté a la escuela porque Jeremías y Lisandro ayudaban a papá desde las cinco y yo tenía que cocinar. Cuando Etel se mejoró papá dijo que tenía que volver, así que al otro día fui sola. Elegí a la Lucy. Le agarré de la muserola y la acaricié entre los ojos. La Lucy masticaba el filete y movía la lengua. Nunca le había mirado la lengua de cerca. Pensé que se parece mucho a la mía. A la de Lisandro cuando me burla y se agarra ahí. También pensé que se parece a la carnecita de lo mío ahí abajo. Y cuando pensé, sentí la carnecita, apreté las piernas, me puse roja, lo sentí. Miré para todos lados porque acordarme me dio vergüenza. Pero seguía sola con la Lucy, que masticaba el filete.

Le ajusté la carrillera y la cincha. Clavé el pie en el estribo y me senté de un golpe en la montura. Sentí que se me hacían blandas las piernas, que el faldón, abajo del asiento, estaba caliente. Como cuando espero el guardapolvo que plancha Madrina y me lo acerco a la cara y está caliente y suavecito. La boca se me llenó de saliva así que le hinqué los talones a la Lucy para que arranque, para que se me vaya el calor y la saliva y la vergüenza; y la cara de Lisandro que me saca la lengua, y la mano entre las patas y el yo tengo pito, tonta.

Hasta salir del campo, la llevé a galope y el calor no se me iba de la panza. Pasamos el cerco y le di al trote. El viento me daba helado en los cachetes y yo abajo tenía un incendio entre la Lucy y la camiseta. Los golpes que hace el corazón en el pecho, yo los tenía en la frente, en el garguero, en los dedos. Y ya creía que me iba a hacer pis arriba de la Lucy, y tenía el cuerpo como duro esperando lo que me pasaba en la montura, y apretaba tanto las riendas que la Lucy empezó a bajar el trote. Cada vez más despacio. Hasta que frenó. Y ahí fue más malo que antes y hasta me acordé de los cuentos de muertos y poseídos de tía Vera.

Estaba como apurada, como tonta, pero me bajé de la Lucy y en un zas de rápido aflojé los latiguillos y vi caer la montura entre los yuyos. Me agarré de las crines, me subí al lomo de la Lucy, le abracé el cuello con la cara apretada entre los pelos. Tenía el mismo olor salado que Lisandro. Le di en las ancas, fuerte. Tenía los ojos cerrados como cuando ves negro del todo. La Lucy trotaba y yo no sentía el viento, ni el cuerpo, ni la vergüenza.

No fui a la escuela, por ahí me quedé. Cuando volví, Lisandro me dijo, ¿y?, ¿cuántas ganzadas aprendiste hoy? Yo le dije, una sola; que montar a pelo es como volar.

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