En clave de
supervivencia
Efectos colaterales
Pablo Besarón
Ediciones Simurg, 2013
Cuento, 120 páginas
Por Pamela S. Terlizzi Prina
“Azar es una palabra
vacía de sentido, nada puede existir sin causa”, decía Voltaire, y con esta lógica Pablo
Besarón despliega sus “Efectos colaterales”. Además, cabe señalar, los efectos
no son otros que los de la muerte. Y esa muerte se resignifica en cada relato.
Causa y efecto son pliegues de la misma vestidura, tal como ocurre con los
personajes de Besarón que, una vez puestos en marcha, tienen la habilidad de
ocupar el propio lugar y aquel otro que la historia les mande ocupar. Dicho en
palabras de Arturo Uslar Pietri, “el
hecho más importante de la historia es el mismo de la biología, es que el
hombre se muere como todos los demás seres vivos”, y sabiendo esta verdad
incontrastable, Besarón desarrolla una técnica pulida, controlada, donde las
palabras nunca sobran, con la que logra un tono inmutable para contar el drama,
reforzando con maestría el espanto.
En términos de lo dicho, merecen especial
atención “Parientes”, “Noticias sobre Cevares”, e “Ida y vuelta”. En estos
cuentos la fatalidad es un atributo que subyace en lo narrado, y tanto es así
que el proceso de sustitución resulta tan natural como la misma muerte. Natural
en la narración y natural para el resto de los personajes: “La muerte de un familiar trae esas cosas… El eslabón perdido (el
muerto) hace que la cadena se deshaga. Se cree que la desaparición puede ser
colmada, pero no siempre es así; aunque en esta historia quizá sí se pueda
restituir el eslabón perdido, quién sabe”.
Solventado mayormente en la estructura del
cuento clásico, Besarón logra historias que, por sobre todas las cosas, ponen
lo familiar, lo humano, lo cotidiano como escenario principal. “Era una ciudad sucia, aunque tenía su
poesía ver desparramadas bolsas grises, vidrios rotos, chicles en el piso,
caballos de linyeras... La ciudad es una mezcla de ambulancias de emergencias,
pulóveres emparchados, medias cosidas y desechos para cartonear, pensó.” En
esa absoluta humanidad se encierra lo siniestro de sus relatos; allí es donde
la línea que separa lo real de lo fantástico aparece confusa, ambigua. Besarón nos
propone convivir tan domésticamente con lo sobrenatural que no produce
estridencias de género: “…Se perdió el
embarazo fueron las simples y categóricas palabras de Mabel en la semana diez
de gestación… El tiempo pasó, no tuvieron hijos, pero Olegario, en un pacto
secreto con el feto, lo alimentó, lo hizo crecer, le dio alas para que saliera
al mundo.”
Cabe destacar, además, “Noche de reyes
(Papábueno, Papámalo)”. Un acápite con un fragmento de La República de Paltón
antecede este texto que entiende el fenómeno de sustitución desde un lugar
diferente al del resto de los cuentos que integran el libro, es decir, desde la
vida. Con notable destreza para el registro, una ironía aguda, una impecable
técnica narrativa, Besarón muestra que lo verdaderamente monstruoso habita, en
realidad, en el seno de cualquier familia: “Salir
de la pieza a la escalera. Mezclado con el televisor, algo confuso en voz baja.
No eran murmullos, no era un diálogo bajito, era bufidos de lamento en una
tarea que llevaba esfuerzo. Parecía la voz de papámalo, y también de la
tíamalita, respirar profundo, contener el aire, bajar escalones, pocos… por la
pared frente a la escalera se vieron sombras que se violentaban de buena gana.
Parecían (pero no sé) papámalo (papábueno) y la tíamaleta que hacían lo que
hacían más veloz hasta que se apagaron, pararon los raros sonidos y las sombras
se separaron, Urielito quieto como una momia…”.
Un libro ágil, con clara unidad, atravesado por
la más vulgar de las perversiones: la humanidad.
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