20/4/11

Clara



Yo rezaba por Clara, no quería que le pasara nada malo. Si, a pesar de sus maltratos. Yo le pedía a la virgencita que la haga buena y que la señorita Dantés no la encuentre espiando al señor que pintaba las rejas del colegio. También trataba de no hacerla enojar, porque se le encendían los cachetes y cuando todos se distraían, me tiraba de la trenza, hasta que se me arqueaba la espalda. En general, yo me hacía la que no me dolía. Una vez le agarré el brazo y le dije que basta, pero ella me apretó de la nuca y me puso su cara muy cerca de la mía. Tan cerca que le vi las manchitas amarillas dentro de los ojos verdes. Su cara muy cerca, y me dijo, vos te callás. Sonrió con un solo costado de la boca y me pasó la lengua por los labios, como una bruta. Le sentí el aliento. Y lo peor fue que me dio cosquillas en lo oscurito de las tetas. Igual mis tetas no se notaban. A Clara se le marcaban por debajo de las tablas del guardapolvo, después del canesú. Y cuando nos juntábamos a escuchar la radio en casa de Gloria, ella venía con unas poleras de algodón, que le traía una tía de afuera, y ahí se le notaban más. Yo sabía que Gloria me invitaba porque se lo pedía su mamá. Es que mi mamá cocía para afuera y siempre le mandaba blusas para hacer remiendos y pantalones para subir la botamanga. Igual iba. También sabía que Clara iba por Esteban, el hermano de Gloria. Nosotras estábamos en sexto y él ya iba a la secundaria. Cuando entraba, con las carpetas en la mano, Clara saltaba en el sillón. Yo me había dado cuenta que siempre pedía ir al baño cuando Esteban andaba cerca. Se paraba con toda la delicadeza que escondía en el patio del colegio, se acomodaba el pelo rubio y crespo y caminaba con las manos agarradas atrás de la cintura, derechita, para que se le notaran las tetas, estoy segura. Por eso decía, yo rezaba por Clara, para que no hiciera esas cosas, para que nadie se diera cuenta. Y también rezaba por mi, porque a veces la hacía enojar para que me agarrara de los pelos; o le preguntaba cosas que ya sabía para que me respondiera, resoplando, que era una boba. Algunas veces, parecía olvidarse de su papel de mandamás, entonces el rojo de los cachetes se le iba a la boca y se le notaban las pecas, que eran un montón. Esas veces, caminábamos juntas a la salida del colegio, y no me desataba el moño del guardapolvo, ni me escupía papelitos que se me quedaban pegados en el pelo renegrido; tampoco me daba su bolso enorme para que lo cargue, ni me obligaba a hacerle la tarea. Esas veces, disfrutaba la paz y extrañaba que me toque. Esas veces sabía que la virgencita me escuchaba, porque rezaba fuerte y apretaba el rosario contra el pecho. Esas veces, me crecía como un apuro en la panza, como una saliva blanda en la lengua, y quería hacerla enojar, pero no, y agarrarla de la mano, pero no. Entonces me quedaba en silencio y la urgencia se me hacía grande, y era como si me hiciera pis. Mi casa estaba primero, así que la saludaba sin mirarle los ojos, y entraba corriendo a mi habitación con la mejilla del saludo en carne viva, apretando ese único contacto contra la almohada, esperando los jueves de radioteatro. Yo rezaba por Clara y por mí. Hasta el jueves pasado, rezaba por Clara, le pedía a la virgencita que la haga buena. Hasta el jueves pasado, que la vi contra el sauce, a la hora de la siesta. Que le vi todo el cuerpo hermoso con Esteban, que se la comía desde la boca, y seguro la asfixiaba. Y yo, que rezaba por Clara, la maldije. Le deseé que le duelan las uñas, que se lo oscurezca el pelo, que se le borren las pecas. Que la señorita Dantés le mande a escribir quinientas veces no debo, que se le pudran las tetitas ridículas. Todo eso pedí, y sin embargo, no imaginé la fuerza de mi oración. Hoy, en el patio del colegio, le vi la mancha de sangre en el guardapolvo, bajo el moño; las rayitas rojas que bajaban desde la entrepierna. Vi eso e imaginé su vergüenza. Ahí supe que Dios la había castigado.


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4 comentarios:

  1. Leo, no puedo aceptar tus gracias. Definitivamente, el agradecimiento es mío. Gracias por el tiempo, gracias por leer.

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  2. Sebastián hereje Solís22 de abril de 2011, 0:31

    Pame: definitivamente entraste a el mundo de los narradores que de a poco te sugieren mucho, con las palabras justas, las imágenes precisas hasta rematarte con un gran final. Y sí, intuí ese amor que va más allá de lo corporal, ese amor inocente con aroma a prohibido. Amor no correspondido ¿amoral?. Mmmmm pero en este mundo lo "normal" tampoco tiene garantía de happy end, por lo que esa niña desvirgada precozmente puede darnos cuenta de ello. Lágrimas, desamor, castigo divino no lo sabemos,pero el final queda abierto para un trsite castigo social. Abrazo, obviamente no voy a decir que me gustó porque Ud. ya lo sabe.

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  3. Lo de hereje, supongo, será por andar leyendo estas chanchadas en pleno Viernes Santo. Su alma no tiene salvación, Solís. Brindo por ello. Gracias por pasar, ya se te extrañaba por aquí. Un beso grande; pascual, claro.

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