26/3/10

Élida

Inmigrante y enjuta, la seda le sienta. Los párpados a media asta y mira apesadumbrada sus dedos enredados, que amoratan un pañuelo guardián de un número inexacto de secretos; como los surcos de su piel, como el lamento. La alcoba tiene ecos de amor y llanto, por aprender a escribir, por hijos muertos. La luz, infame y traicionera, ha dado con el verde aguado de sus ojos, con los restos de un bizcocho y el jarro de mate cocido. Como la asignatura pendiente del olvido, allí se devana el seso repitiendo los seis nombres. Y los dice bajito, para que el infortunio no se los arrebate, otra vez.

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4 comentarios:

  1. Impecable, che... qué lindo que escribís, Pame!

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  2. Nacho, mil un veces gracias! Pensar que hay un poco de mi abuela en este relato, pensar que ahora lo leo, años después de haberlo escrito, y me provoca el mismo estrujamiento en el pecho, la misma reacción violenta y silenciosa de la piel. Gracias.

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    1. Te iba a preguntar quién era la señora, pero lo omití. Está muy lindo para trabajarlo en el aula (que todavía no es mi momento, pero estoy recolectando). Las imágenes, los colores. Y nadie tiene por qué tener la respuesta de cuales son los seis nombres...

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  3. Todo tuyo, Nacho, para trabajarlo donde quieras. Es más que un halago! Si o usás, no dejes de contarme la experiencia!

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