Aquello no era el miedo, ni un fragmento, no. Porque era apenas el cuerpo siendo velocidad o vuelo. Era regarse, plantarse, florecer en cada hueco, practicar una omnipresencia de bolsillo, de cabotaje. Ser un sinfín de uno mismo, un mismo fin, sin el sin. Dar cuenta de. Y que sea de todo. No perder las orillas, los fondos de los vasos, los finales de las hojas. Subirse a la periferia, al horizonte cercano, al animal de caza, al arma que caza, al animal que escapa. Subirse y bajarse por capricho, por lluvia o feria, por una muerte grave o una vida gravísima. Estar en el espejo y no estar en la cama. No era el miedo, porque el miedo es quietud.
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Quiero tu libro!
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