11/6/10

Ya lo dijo Luis Alberto


Cuando Ana nació, por razones que alguien pidió y nadie supo responder, no salió el sol ni un solo minuto. Desde los dolores de parto azuzando la madrugada hasta el llanto mezclándose con el té de las cinco, todo transcurrió en la más perfecta de las penumbras. Ni un rayito débil asomó hasta el día siguiente, cuando el sol se plantó como quien no quiere la cosa, haciéndose el sota, horadando con el calor leve del invierno, como si ayer no hubiera tenido feriado.

El fenómeno fue comentado durante años, casi tantos como esperaron que el sueño de Ana se ordene. Porque en sus días tempranos no quedó vieja sin rezongar con un dedo en alto, que era normal, que los chicos no duermen; y aún así la desesperación de su madre primeriza organizaba verdaderas cumbres, a las que asistían abuelas, tías y vecinas, y cada una más ancha superando a la otra en cantidad de críos. Leche con miel, tizanas de recetas pasadas a media voz, rezos y gualichos. El médico de la capital y la bruja del pueblo vecino, y nada. Nada logró hacer dormir a Ana.

Así siguió su vida, y excepto por la eterna vigilia, era una niña, luego adolescente, después mujer, absolutamente normal.

Ana se había acostumbrado a ocupar sus ojos, sus manos, mientras el mundo era silente. Aprendió todas las constelaciones, conoció al dedillo cómo es que respira la noche, bebió gotas de rocío y vio todas las flores en su punto más hermoso, que es cuando apenas han decidido a abrirse. Vencido el miedo a los murciélagos, vagó por rincones y submundos, y el tiempo inagotable, las manecillas vagas, le habían regalado una eternidad que todos tenemos permitido envidiar.

Ana nunca estaba cansada, nunca se perdía nada, podía estudiar cuando todos corríamos a las sábanas a recuperar aliento, podía ordenar su cuarto a la luz de una vela, sin más requisito que guardar silencio. Hasta hubiera podido, de existir la magia, viajar a tierras remotas donde el sol brille cuando acá se apaga, y viceversa.

Aún así, bendita como parecía, Ana no conocía, por ejemplo, el descanso novador después del orgasmo, que nos permite perdonar el desaliño de nuestros amantes. Tampoco la misericordia de la siesta, ni el truco de dormirse en misa. Y harta de consumir criaturas de la noche, se esfumó la gracia de ver dormir al mundo. La vigilia es un verdugo esquivo e indolente que en cada parpadeo nos cobra la distracción. Y ni bien lo supo, Ana comenzó a marchitarse.

La piel se le ajó de a pasitos; los ojos, que intentaba doblegar a fuerza de cerrarlos con fuerza, perdieron los diez diamantitos que atesoraban. Las manos se le hicieron laxas y olvidaron como era el algodón. Igual suerte corrieron sus cabellos, que desteñían todas las tardes un poco y dejaban el rastro de su perecer. Ana respiraba quedito y necesitaba un doctor. Pero una viejecita fea y enclenque apareció una tarde, y sin decir su nombre, nos contó. Ana moría, porque no podía soñar.

Y como todos podemos suponer, cuando Ana murió, por razones que todos quisieron dar, pero nadie pidió, el sol no dio tregua. Desde el alba hasta la comunión de las luciérnagas, todo fue un festín de luz. Ni una sombrita pudorosa dio batalla, hasta la noche siguiente, que las estrellas salieron como a bailar un vals.
* * *

4 comentarios:

  1. Descubrio un secreto a costa de sacrificar otro. Me gustó pensar que murio de vieja. Que al no dormir aprobecho la vida de otra manera. Me hizo pensar que lo que la mató fue esa vejez y esa soledad. Pusiste "marchitarse". Necesito del sol para hacer su fotosintes-comunitaria-con-el-mundo.
    El conocimiento que adquirio ella al estar privada del sol, reveló que el sol se lo oculta a la mayoría. Por eso festejo su muerte.
    Que lindo relato escribiste!

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  2. El sol es un truhán, nos vende la ilusión de mostrarnos todo y no hace más que parir las sombras.
    Me encantó tu lectura, Ignacio! Como siempre, gracias. Por pasar y por embellecer esta porción de mi locura.

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  3. "La vigilia es un verdugo esquivo e indolente que en cada parpadeo nos cobra la distracción."
    Me encanta que siempre dejes una suerte de frase célebre cuando escribís, parece una constante en tus relatos y completan a tu bella prosa. Nuevamente, un gusto haberte leído!

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  4. Así es cuando uno se deja perder, no?
    Un gran beso, Diego! Y gracias, el gusto es mio!

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