6/4/10

José


Como de un no ser, José volvió. Y lo encontré en sus dedos ardidos, en un cerrojo de trasnoche y en el beso profundo, guarecido de la luz incauta, huidizo, perpetrado tras mi pelo.
Cuando José no es, las palabras se atiborran, se pisan con saña entre sus dientes, se paren amorfas, teñidas de sal. Pero no hoy, que abofeteó el letargo. Hoy su boca no granjea enemigos, sus manos asen cantatas dormidas, las despabila una a una, a ojo de buen cubero; los brazos se funden en el arma fiel. Hoy Zeballos acunó el paso quedo, vio morir incesante el tabaco, asistió a esa tertulia de bar improvisado, pero sin mesas, que une a los caminantes al unísono.
Allá, la niña duerme, más cerca, el padre ha muerto; acá la piedad pagana aplaude sus milagros sin Dios, libra una orgía de cuerdas, estriñe los cristales, lo expía de sus fracasos y sus omisiones, lo invita a ser, otra vez.
Así es el barrio cuando José es; sonoro, profano, viscoso. Tiene sabor a malta, a café con Legui, quizás. Se vuelve cobrizo o gris, según la voracidad de sus ojos. El viejo puente es una postal vigía del tiempo que será, de los amaneceres que lo espíen tarareando lamentos o fanales que diluyan la desesperanza. José volvió, como de un no ser, y aquí estaba yo, esperándolo.
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