30/3/10

Clara


Clara se enemista, charla tangos, despotrica disfrazada de verdades duras. Cada mediodía desentraña el misterio de verse al espejo y con su saldo negativo empieza, una vez más, a lidiar con las arrugas y la vida que, cree, es peor que la de otros. Llora a escondidas y hay horas que quisiera trocar la suerte con un hombre. Avezada en la labor de desear hondo y callo, ruega que se aligere el peso de los pantalones, que no asfixie la calamidad del nido vacío ni sangre el lomo con los murmullos de las que tienen marido. Clara es sepia; con suerte es blanco y negro, y su charlatanería despierta a la vieja Avellaneda, próspera y de bocas pintadas. Cuenta vivaz, treinta y dos veces, la nimiedad de su falda, y su buen culo paseando por Mitre. Y nadie duda, excepto ella, que teme que dudemos. Y ruega con los ojos y quiere de más, porque así es cuando el amor ha sido negligente. Hasta dar con la danza gris de un cigarro ardido, apurado, cuenta bonanzas; después se toca el pelo ralo, los lamentos escondidos detrás de ese anillo que hace bailar bagualas mientras habla, refriega esa nariz respingona, otrora alzada, entre la burguesía sureña.
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