Resulta ser la sombra, o eso otro que me hace poner la flojera de los dedos
contra los ojos, apretarlos mullidos contra lo mullido de los ojos flojos. Apretarlos
y mullirlos de sombra en sombra, de a dudas, de a dedos, de a dolores. Mullido
el piso, los pies, las falanges, las uñas que me miro desde una altura que no
deja de caer. Cae la altura. Cae a un fondo mullido que no suena al reventar
los huesos dispersos en millones, millones, millones de vidrios rotos, de
sombras rotas atrapadas, de nuevo, en la base, el revés, el saco mullido,
cosido mullido, por todos lados, sin espacio posible para la huida. Algodonosa
trampa de comodidad.
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